Mascotas japonesas: si los árboles tienen alma, Hello Kitty y Pokemon también
Barcelona, 12 oct (EFE).- Los japoneses creen que sus personajes favoritos de manga y los muñequitos que los recrean tienen su propio "espíritu", una idea que entronca con la tradición oriental de otorgar alma a las montañas o a los árboles y eje de la exposición "Japón: paraíso de las mascotas" organizada por Casa Asia Barcelona.
Aunque las piezas más llamativas -unas reproducciones de gran tamaño de Hello Kitty, Pokemon, Ultraman o Evangelion, entre otros- podrían hacernos pensar que estamos en la planta de juguetes de unos grandes almacenes, la intención es, obviamente, otra: explicar la relación de los japoneses con unos personajes gestados como héroes para levantar la moral de un país demolido anímicamente por las bombas de Hiroshima y Nagasaki y que han mutado y acabado invadiendo sus vidas.
Las generaciones de japoneses nacidas tras la Segunda Guerra Mundial han vivido rodeadas de "mascotas" inspiradas en series de animación (anime) con las que han establecido una identificación que muchos no abandonan al llegar a la madurez, influidos por unos medios de comunicación que los han convertido en un fenómeno pop omnipresente, afirma Menene Gras, directora de cultura de Casa Asia.
La muestra, coorganizada por la Japan Foundation, se estructura cronológicamente y parte de personajes creados en la década de los cincuenta y sesenta: Astro Boy (1952), el "niñorobot" de Osamu Tezuka, o Ultraman (1966), atípicos superhéroes televisivos en un país que quería pasar página y en el que representaban la "necesidad de ser fuertes y luchar contra la adversidad".
En los setenta, se produce un cambio radical en Japón. De la sobriedad de Ultraman se pasa a la inocencia de la gatita Hello Kitty -mucho antes de que se convertiera en un fenómeno planetario- o a los tiernos "Monchhichi" (unos monitos de peluche imposibles de no querer abrazar) pero también a Mazinger Z, el robot gigante, símbolo del poder económico y tecnológico alcanzado por los nipones.
A pesar de que en los años ochenta Japón era ya una superpotencia, y sus ciudadanos habían recuperado la autoconfianza, la cultura de estas mal llamadas mascotas se amplifica con las videoconsolas y de personajes del tipo Mario Bros y con la aparición de las "gunpura", las figuritas de plástico salidas de series de animación.
Los noventa son los años de la crisis inmobiliaria, pero también del "tamagotchi", la mascota virtual que hay que cuidar (de la que se vendieron 40 millones de unidades, la mitad fuera de Japón) y de series tipo Neon Genesis Evangelion y Sailor Moon con sus heroínas sexy, germen del desembarco generalizado de las tribus urbanas como los otakus y seguidores del cosplay (aficionados a disfrazarse de sus personajes favoritos), fenómenos que se expanden con el cambio de siglo.
"Todo este proceso, de una sociedad de posguerra, un desarrollo económico radical y finalmente una población volcada de repente hacia el bienestar y el consumo explican el arraigo de esta cultura manga pop", señala Gros sobre el ámbito de esta muestra que se podrá en Barcelona hasta el 20 de noviembre antes de viajar al Museo ABC de Madrid.
El fenómeno mascota es mucho más complejo de lo que parece más allá de sus obvias ramificaciones comerciales y de coleccionismo, que es, sobre todo, como ha llegado a Occidente donde esta filia extrema se ve con asombro cuando uno pisa Japón y comprueba que estos personajes se ven igual en una comisaría que en el casco de un obrero, o en el estampado del abrigo de un oficinista tokiota de rostro circunspecto.
La influencia de las "mascotas" es tan grande que cada región del país, y muchas ciudades, cuentan con una como carta de presentación como "Sentokun", un inquietante niño con cabeza de ciervo que representa a la urbe de Nara Heijo-kyo, o "Namisuke", el hada de rasgos mínimos, pero grandes ojos, del distrito Suginami de Tokio, que se pueden ver en la exposición.
En Casa Asia se ha recreado además lo que a simple vista parece la inocua habitación de una jovencita apasionada por Hello Kitty, con todos los accesorios inimaginables de la gatita blanca creada por Sanrio.
Sin embargo, algo llama la atención: el cuarto está rodeado por una reja que encierra a sus moradores, posiblemente afectados por el síndrome hikikomori, "adolescentes angustiados, encerrados en sus habitaciones y para quien sus mascotas son sustitutivos de las carencias afectivas que ellos experimentan en una sociedad en la que viven", argumenta la comisaria.
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